Uno de los aspectos deficitarios de nuestra formación y aprendizaje es el número de palabras que dejamos de emitir a medida que más nos formamos.
Al principio de algunos de los cursos de formación que damos nos gusta hacer la siguiente pregunta:
¿Qué número de palabras habéis emitido a lo largo de vuestra carrera?
¿Qué número de palabras habéis emitido en relación a las emitidas por vuestros docentes?
Más aún, el problema de los seis años de carrera –y muchas veces de los años anteriores de escuela- no es el número de preguntas que nos han hecho (muchas, la verdad, pero siempre en formato test). El problema es el número de preguntas que nos hemos dejado de hacer. La pérdida del debate, de la reflexión en voz alta, de la capacidad de equivocarnos, pero de equivocarsnos al menos hablando, no callados.
Más aún, el problema no está en las palabras no emitidas. Está en las que ya nunca podremos articular, porque no las hemos apre(he)ndido o porque ya se nos han olvidado.
Creo que era Umberto Eco el que explicaba que una de las ventajas de hacerse mayor era que algunos espacios físicos y lingüísticos se recuperaban en un momento determinado del envejecimiento (el recuerdo súbito del nombre de la calle donde solías tomar el autobús o las preguntas que sin respuesta lanzabas a la pared de luz en julio).
El tema de la participación (en salud) pueden ser muchas cosas. Andreu Segura hablaba de ello en una
buena revisión para Gestión Clínica y Sanitaria. Joan C. March
hoy en Público. Juan Irigoyen siempre. Juan Luis lo explicaría mucho mejor. Pablín me habló de ello durante toda la rotación (yo era el residente entonces).
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